Reseña publicada en Libertad Digital en 2011 con el título de "Patria y cultura en José María Marco".
Allá por los años sesenta, uno de los mayores elogios que se podía hacer a alguien en los medios que yo frecuentaba era el de "no parecer nada español”; los novelistas españoles ambientaban sus creaciones en Oxford, Londres o París y las aficiones más castizas se refugiaban, como vicios nefandos, en lo más recóndito de la domesticidad. Referirse a la cultura española era considerado un oxímoron o contradictio in terminis por lo más granado de la intelectualidad del momento, cuyos exponentes (escritores y editores principalmente) se jactaban neciamente de no haber leído jamás a Galdós. Y si se traducía tanto, no era debido a la curiosidad intelectual por otras culturas sino por desprecio y desconocimiento de la propia. Algunas personas, que no sabían un solo idioma extranjero, preferían leer a Duras, Sarraute, Robbe-Grillet y otros petardos mal traducidos que a cualquiera de los miles de excelentes escritores españoles de todas las épocas que poblaban las bibliotecas. Haber leído a estos últimos era considerado de subnormales ignorantes, cuando no de fachas. Y no sigo porque no terminaría nunca de contar necedades sin fin relacionadas también con el cine y el arte, por ejemplo.
Muchos han atribuido dicha fobia a un antifranquismo, por así decirlo, interior que acusaban al general invicto y a sus huestes de haberse apropiado de la españolidad, arrebatándosela a los vencidos. Nada más lejos de la realidad ya que, al mismo tiempo, los españoles exiliados–muchos de ellos escritores afamados- cultivaban esa misma españolidad con el mimo de quienes que se creen los custodios de las esencias patrias y difundían la cultura española dondequiera que fueran. Me refiero a los auténticos exiliados y no a los que después se fueron a Francia para “respirar libremente” e impedir de paso que se tradujeran al francés a los escritores españoles. Ese antifranquismo alimentó una ignorancia que a su vez provocaba vergüenza y desprecio por lo propio. Por eso, y aquí quería yo llegar, es tan importante este libro de José María
Marco.
¿Qué llama más la atención en Una historia patriótica de España? ¿Qué la diferencia, de entrada, del resto de otras historias que se publican habitualmente? Sin duda, su título, necesario y provocador, como provocadoras son todas las evidencias. Desgraciadamente el rearme moral que sin duda empezó a generarse en la democracia, no tuvo en cuenta el pasado histórico, al que miraba con desconfianza y desapego. Todo era frío, hostil y ajeno en esa mirada, a la caza de una explicación que justificara nuestra supuesta anomalía. Calificar de patriótica una historia de España escrita por un español, puede parecer un retruécano… si no se tratara precisamente de España; en tal caso dicho adjetivo es un calificativo necesario y tranquilizador. Para despejar cualquier duda, José María Marco nos explica que “el libro se llama patriótico porque se trata de trazar un hilo o una continuidad entre formas de España que son muy variadas. Son españoles los musulmanes, los judíos, han sido españoles los visigodos, los católicos, los inquisidores...” por eso es patriótica, porque el patriotismo no hace distingos, que es lo que no han parado de hacer la mayoría de los historiadores.
Además, aunque el libro de José María Marco no es un cuento, empieza como un
cuento. No es exactamente “había una vez en un país muy lejano”, pero casi. Un país muy lejano ¿respecto a qué? ¿Para quiénes era el confín de la tierra? Es obvio que para el mundo civilizado cuya cuna está en oriente. Desde los testimonios arqueológicos, que nos sitúan en la órbita del rey Salomón, hasta la búsqueda de una identidad perdida o desvaída, los fenicios, los romanos y todos los que recalaban por aquí entendían que habían llegado al final y al principio de algo.
Con su extraordinaria fuerza narrativa, su claridad y concisión en la expresión,
Marco ata todos esos cabos y compone un mapa, ora abrupto, ora delicioso, siempre vibrante, en el que nos reconocemos y encontramos, desde ese principio hasta el momento actual, con solución de continuidad, incluso con muchas soluciones. Y otra vez volvemos al patriotismo que como todos los conceptos importantes –véase el amor- es más difícil de explicar que de entender. Al tratarse más de un sentimiento que de un razonamiento quienes no lo experimentan no lo comprenden. Ambos pertenecen a un mismo registro, situado en los sentires y en los adentros. ¿Pero amor a qué? Hay dos anécdotas, de una complicada sencillez (otro oxímoron), que lo transmiten muy bien. La primera se sitúa en una iglesia. El párroco pronuncia una homilía tan sentida que nadie puede contener las lágrimas, excepto una persona que, preguntada por la razón de su indiferencia, contesta: “porque no soy de esta parroquia”. La segunda está contenida en una frase que los guionistas de una serie americana ponen en labios de un hispano, estadounidense de segunda generación: “Amo a mi país, pero respeto a mi cultura”. Entusiasmo por una parte, amor y respeto por otra, patria y cultura en suma ¿no es igual a tolerancia? Pues eso es lo que he creído entender tras leer el libro de José María Marco.
José María Marco, Una historia patriótica de España, Editorial Planeta, Barcelona,
2011, 654 pp.
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