Anoche empecé a ver una película que prometía bastante: "La Venus de la ira", de 1966, basada en un relato de Lawrence Durrell. Ambientada en la Palestina de 1947, en los ultimísimos momentos del mandato británico, la película narra las peripecias de los luchadores por la creación del estado de Israel. Las primeras escenas son estupendas. Tras muchas peripecias y sobresaltos, un cargamento clandestino de dos mujeres supervivientes de los campos de exterminio llega a un kibbutz.
Un amigo me contó que a finales de los cincuenta su abuelo llevó a sus nietos al teatro en Alicante y al ver que en la primera escena salía un hombre embozado en una capa en una callejuela débilmente iluminada por la luz macilenta de unas farolas , lleno de ira por las atrocidades que aquello prometía, sacó a los niños de la sala al grito de "¡Vámonos de aqui!".
Asimismo, yo, al ver a Sofia Loren, rotunda, llena de gracia, maquillada y peinada como si fuera a un baile, salir de un camión oculta bajo un amasijo de materiales diversos y saltando por encima del cadáver de su compañera, muerta en el intento, me limité a apagar la televisión, convertida a mi vez, no en la Venus, para lo que no tengo condiciones, pero sí en la Hidra de la ira.
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