Flotante en el periodismo: De bien nacidos es ser agradecidos.
José Miguel Ullán llamaba de inmediato la atención: Era alto, guapo y de Villarino de los Aires. Esto último me parecía tremendamente exótico y esa fascinación por el lugar de nacimiento a mí, tan cosmopolita, sólo me pasó con él y con otra personalidad de la tribu de los letrahirientes, me refiero a Federico Jiménez Losantos que además de ser amigo de Ullán, era de Orihuela del Tremedal. No sabía con qué quedarme y me quedé con los dos.
Siguiendo con el paralelismo entre ambos, he de decir que tanto José Miguel como Federico estuvieron en los orígenes de mi trayectoria periodística y literaria. Federico me invitó a publicar en la revista DIWAN donde asomé por primera vez mis versos. Fue el primero que me pidió un artículo para Diario 16. Era durante los mundiales de fútbol de Barcelona en 1980. El fútbol, cuyo potencial político yo todavía ignoraba, me resultaba entonces indiferente como todos los deportes, pero por escribir en un periódico y "dibujar el rostro del tiempo", como llamaba Joseph Roth al oficio de cronista, yo hubiera sido capaz hasta de hacerlo sobre toros. Eso sí que me resultaba ingrato, pero ya habría encontrado la manera de capear el temporal.
Siguiendo con mis deudas hacia Federico, él, a raíz de la aparición de mi primera novela, «Nadie dijo que fuera fácil» (Edhasa 1999), me metió en su tertulia de la COPE, la Linterna, donde hasta me atreví a opinar sobre el día a día de la sociedad y la política, me temo que con poco éxito pues era una materia que, más que indiferente, me resultaba aburrida. Él, en vez de prescindir de mis servicios como hubiera sido natural, sabedor de que lo mío era la crítica literaria, me hizo un hueco en la sección de recomendaciones de libros. Después me embarcó en la aventura de Libertad Digital desde sus momentos inaugurales en 2000 que fueron tan divertidos como agotadores. La crítica literaria la llevaba yo practicando desde hacía muchos años en Diario 16 y esto me lleva a mi deuda con Ullán, que cuando dirigía el suplemento literario me pidió colaborar en él, cosa que hice desde la década de los ochenta y seguí haciendo en la siguiente hasta que cerraron el periódico, amparada ya por otra persona que también ha creído siempre en mí y ha seguido contando conmigo allá donde fuera: me refiero a la poeta Amalia Iglesias. Debo también a José Miguel la mirada benevolente de los miembros del Jurado del PremioFrancisco Quevedo de Poesía al que me presenté por mi cuenta y riesgo (juro que sin saber que él estaba en el Jurado), y que me dieron por el que sería mi primer libro de poemas «Fluyen permanentes», Pre-Textos, 1984). También fue él quien me recomendó para traducir a Edmond Jabès en la editorial Siruela y a otros autores en otras editoriales.
La poesía y la prosa de JMU, entre el hermetismo y la socarronería, llenaba de estupor a los que dispensaban los honores poéticos. Si a eso unimos que no callaba nunca "por más que con el dedo" le señalaran, entenderemos por qué era tan temido y, vamos a decirlo, tan odiado por los arriscados miembros de la tribu poética. «Ullan, luego cabalgamos», dijo de él otro muerto ilustre, también amigo mío, Juan García Hortelano...
Las luchas eran despiadadas y se traducían en exclusiones e inclusiones en las antologías que hacían poetas y editores para recompensar o castigar a unos y otros, al albur de sus alianzas y declaraciones públicas. Por desgracia, José Miguel murió prematuramente en 2009, dejando muchos cadáveres exquisitos vivitos y coleando en el camino y algunos amigos que no le olvidamos.
Volviendo al presente y a los vivos, y en el mismo registro de las amistades contumaces, nunca me aparté de la estela de Federico Jiménez Losantos, quien, a pesar de mi variopinta trayectoria profesional, siempre dio cabida a mis artículos en Libertad Digital. Recientemente, gracias a mi traducción del libro de Stéphane Courtois («Lenin, el inventor del totalitarismo», La Esfera de los Libros, 2021), he podido colaborar una vez más con él en la benemérita empresa de la demolición del mito del comunismo, de la que FJL es un importante activo. Y todavía hay mucho tiempo por delante. Siempre en la lucha, Semper fidelis.
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