¡Cuánta maldad! [1]
Al conocerse el nombre y el perfil de la nueva ministra de Cultura, Pilar del Castillo, todos esperaban con expectación, y algunos con alivio, la defenestración del polémico Secretario de Estado de Cultura, Miguel Ángel Cortés. Se daba por hecho que el tal desaparecería del panorama cultural para siempre jamás, como se dice que ansiaba la nueva responsable del Ministerio y que estaría por ahí, vagando por las tinieblas exteriores de la mano del ministro Piqué y afanándose en otros menesteres. Pues la cosa no va a ser tan fácil porque, al nombrarlo Secretario de Estado de Cooperación Internacional e Iberoamérica, Cortés pasará a presidir el Consejo de Administración del Instituto Cervantes en donde hasta ahora era Vicepresidente en su calidad de Secretario de Estado de Cultura y, lógicamente, este puesto lo ocupará a su vez Luis Alberto de Cuenca, nuevo Secretario de Cultura. Como resulta que los ministros de Educación y Cultura y de Exteriores son miembros del Patronato del Cervantes, ahí estarán todos juntitos, en buena compañía, decidiendo el futuro de la política cultural en el exterior, pieza clave de la propuesta de gobierno de Aznar, como quedó claro en su discurso de investidura cuando anunció la creación de un Consejo de Política Exterior presidido por él mismo en el que el Instituto Cervantes será la madre del cordero.
Con estos nombramientos va a haber un baile de cargos que ríete tú del vals de las olas. Vamos a ver qué hace Cortés en su nuevo puesto. Para empezar tendrá que nombrar un Secretario General de la Agencia Española de Cooperación. El anterior, un tal Espinosa nombrado por el predecesor de Cortés, Fernando Villalonga (primo por cierto del de Telefónica) está procesado por un asunto turbio de cuando era directivo de la patronal de Valencia. Creo que se trata de algo relacionado con los fondos de formación que los sindicatos y la patronal gestionaron con mano maestra. A Espinosa, para que se le haga menos onerosa la resolución de su caso, le mandó Villalonga a gestionar los fondos de cooperación española en la República Dominicana, que es algo así como nombrar a un presunto pederesta director de un jardín de infancia. Creo que Villalonga, diplomático de carrera, nombró a Espinosa movido por la noble intención de renovar la agencia de cooperación con sangre nueva, procedente del mundo de la empresa. Como verán todo muy razonable.
Por su parte Luis Alberto de Cuenca, que deja la Biblioteca Nacional para asumir responsabilidades de gran envergadura, tendrá muchas y difíciles cosas por resolver una vez superado el desconcierto del rumor que le hacía dudar entre su carrera política y la Academia. ¿De dónde saldría aquello? La verdad, no lo veo tan grave. Es natural que en la Academia pensaran en el poeta madrileño para ocupar el sillón de Buero Vallejo, aunque estremezca pensar que no esperaran a que se enfriara un poco el sillón para hacerlo. Pero hay que ser realistas y ponerse manos a la obra. También dicen que se lo han ofrecido a Eduardo Mendoza y nadie se ha desgarrado las vestiduras por ello, supongo que porque el de Barcelona está exento de reconcomios políticos. Feliz él y feliz yo que tampoco los tengo, aunque nadie me ha propuesto para la Academia. Pero ya llegará, ya llegará.
Ahora, de Cuenca tiene algunas cabezas que cortar y ciertos talentos que rescatar. Pienso en Juan Manuel Bonet, director del IVAM (todavía) que acaba de protagonizar el que presumiblemente será su último acto como director del afamado centro: la gran exposición antológica con la asistencia del pintor, ya nonagenario, Ramón Gaya. El pintor en les ciutats, título muy acertado porque él, como tantos otros de su generación, vivió largos años exiliado en países muy diversos. Primero en México y después en Italia (Venecia y sobre todo Roma), alternando con estancias en Valencia, Murcia –su ciudad natal– y en Madrid, adonde llegó por primera vez, en 1928, casi un niño y donde, al visitar el Museo del Prado, percibió con temblor que los cuadros no eran «esa superficie animada que tan tontamente se nos dijo ser... sino sencillísimas ventanas de par en par, abierta al infinito».
Pues bien, dicen que Bonet corre el riesgo de ser destituido –que no relevado–, matiz que le haría muy difícil acceder a otro Museo más importante cuyo director pende de un hilo. A poco que estén en el ajo se habrán dado cuenta de que me refiero a José Guirao, el (todavía) director del Reina Sofía, nombrado por Carmen Alborch para sustituir a su poco apreciada María Corral. Desde entonces, Guirao, alias «el pajarito», ha resistido todas las tormentas políticas y ha sabido granjearse la simpatía de algunos mandamases del PP. No quiero hacer caldo de pollo caído, pero como colofón a esta crónica no me resisto a reproducirles unas decimillas que hace ya tiempo, –recién nombrado el muchacho– se encontró servidora en los lavabos del Museo madrileño[2], lugar donde se solventan gravísimos asuntos.
Diz que en lo alto de un museo
de Madrid hubo una harpía;
y que otra hembra más bravía,
molesta por su presencia,
la cambió con arte y ciencia
en un pollo nada feo.
Decreto ministerial
es magia de nigromante;
pero es difícil que cante
ese gallo en tal corral.
Diz que el pollito es modoso,
fino, sano y servicial;
que posa muy natural
y escucha atento el consejo;
que no es culpa no ser viejo
en varón que nace hermoso.
Le pintan angelical,
viniendo tras Bradamante;
mas no se espera que cante
ese gallo en tal corral.
Diz que siendo de Almería
ha de valer un tesoro
sin más que el carné bucal,
de un sótano regional
a la quinta del Sofía.
El argumento final
suele ser siempre aplastante;
pero hay dudas de que cante
ese gallo en tal corral.
Diz que, si está ayuno de artes
más de lo normal en gallos,
ya le pondrán buenos ayos
que le esclarezcan a modo;
ni ha de ser necio del todo
hombre de tan buenas partes.
Muy noble empresa estatal
es dar luz al ignorante;
aun así no creen que cante
ese pollo en tal corral.
Diz, en fin, que el patronato
se enfadó con la ministra;
que en España y sus regiones
lo que sobran son lechones
y hay pesebre para rato.
¡Venga el socialista leal,
paso al probo militante!
lo de menos es que cante
ese gallo en tal corral.
La panfletaria composición poética no tenía título ni firma, pero sí fecha: 1-X-94. ¡Díos mío, cuánta maldad!
[1] 6 de mayo de 2000
[2] No fue en los lavabos, licencia que se permite Clara de Luna para no comprometer a nadie, sino obra de terceros que se lo dieron en mano –sin soltar prenda sobre quien era el autor– para ver si «podía publicarlo». Dada la inexistencia de prensa satírica, ni en aquella época, ni en esta, Clara optó por acogerse a la libertad digital.
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