Hoy, 12 de abril, a las 6,60h he oído cantar al cuco por primera vez en el año. Su reconfortante canto me llegaba de las profundidades del sotobosque que empieza no lejos de donde tengo mi casa. El cuco, si no es una de las aves precursoras de la primavera, es la oficialización de la misma, su puesta de largo y la predilecta de algunos poetas, como José Jiménez Lozano. Por su parte, Álvaro Cunqueiro le dedicaba todos los años un artículo. Podría extenderme en la evocación de otros nombres destacados de la literatura que se han ocupado de este pájaro escurridizo, al que es tan difícil observar, pero no es de eso de lo que quiero hablar, sino de las leyendas que rodean a esta ave, cuyo repetitivo canto se ha convertido, gracias a los relojeros suizos, en el emblema del paso del tiempo y cuya inveterada costumbre de poner los huevos en nido ajeno, para que los críen otros, le ha convertido en el patrono de los gorrones.
Una vez más, como me ocurre últimamente con tanta frecuencia, me he encontrado en Eckermann y sus conversaciones con Goethe un fiel reflejo de mis experiencias del día. Paseaban ambos por el bosque y mencionaba Eckermann, apasionado ornitólogo, las distintas particularidades de las aves que se encontraban a su paso, cuando salió a relucir el cuco. Eckermann le contó entonces que este pájaro, al ser herbívoro, sólo condesciende a dejar sus huevos en los nidos de otros pájaros que también lo son. Los padres adoptivos, no conformes con aceptar este encargo, se sienten además tremendamente felices y orgullosos de haber sido elegidos para tan alta misión, hasta el punto de que cuidan a esos polluelos postizos con más cariño que a los suyos propios, permitiendo incluso que algunos de éstos mueran de inanición.
El cuco es un caso evidente de líder carismático, pues, una vez criados, pero todavía jóvenes, suelen instalarse cerca de sus padres adoptivos que le siguen alimentando con sumo placer. Pero no sólo ellos, también los demás pájaros, acuden magnetizados a su reclamo y les dan de comer. Como muestra de amor estos cucos, cuando les llega su turno, dejan a veces sus propios huevos en los nidos de sus padres adoptivos.
A Goethe lo que más le asombraba no era tanto que el cuco confiara su progenie a otras especies, sino que éstas lo aceptaran con naturalidad e incluso con gusto, en lo que veía la omnipresencia de Dios que había extendido e implantado por doquier una parcela de su amor infinito.
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