Publicado en TheObjective.com el 10 de junio de 2020 con el título de "Esclavitud".
Justo cuando el mundo entero se conmueve, de esa manera tan arbitraria y programada con la que ahora se “conmueven” personas y cosas, por la muerte violenta de George Floyd, ciudadano estadounidense de raza negra, allá en la para nosotros lejana Minnesota, a manos de uno o varios policías que, si no me equivoco, han sido o serán condenados por ello, sale ahora a relucir la mala conciencia, siempre tan bien manipulada y explotada por la ultraizquierda, por ese gran pecado mortal de la historia, que es la esclavitud, del que, por cierto, ni los blancos son los inventores ni los principales protagonistas.
El resultado es una movilización callejera global de protesta contra ese desgraciado suceso que, en estos momentos de excepción y peligro por la pandemia que padecemos, también a nivel global, contrasta con la pasividad ciudadana mostrada hacia la muerte injusta de tantos miles de personas, víctimas de la inoperancia y el predominio de los fines políticos y partidistas sobre los de la salud y la seguridad de las personas, que han demostrado muchos gobiernos -y el nuestro a la cabeza- en la desastrosa e improvisada gestión de la crisis.
El famoso historiador y gran columnista británico Paul Johnson, mentor de tantos periodistas del mundo entero, en su libro, Al diablo con Picasso y otros ensayos, comenta, entre tantos otros temas de sempiterna actualidad el de la esclavitud y la relación que tuvieron con ella algunos países occidentales, entre los que figura, y no en último lugar, España. Después de analizar la injusticia y la arbitrariedad de que los países africanos, auténticos devotos de la esclavitud como forma primaria de producción y de relación social, exploten nuestra mala conciencia y nos obliguen a mantener hacia ellos una deuda económica y moral interminable, Johnson entona una alabanza hacia la valiente y redentora postura británica contra el tráfico de esclavos.
El artículo está firmado en 1992, pero para mí ha cobrado actualidad porque precisamente, pocos días antes de ese hecho, que de haberse producido en la China comunista o en Venezuela habría sido silenciado por esos provocadores a escala mundial que, contra los EEUU de Trump (pero no de Obama, donde también pasaban esas cosas) no dudan en movilizar al rebaño, caí en ver la película de Spielberg, Amistad, para comprobar si mi opinión sobre ella seguía siendo la misma a cuando la vi en su día en el cine y para entender el trato poco amable, por no decir desproporcionado e injusto, que se dio en España a la película, precisamente en un momento en que triunfaba un bodrio como Titanic. Paso a detallar mis impresiones actuales que corroboran, punto por punto, las primeras.
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