Publicado en Libertad Digital (Dragones y Mazmorras), el 27 de enero de 2005 con el título de "O tempora! O mores!
Creo que hay por ahí –o había– un experto en Shakespeare que reseña todo lo referente a ese autor: representaciones, traducciones, adaptaciones cinematográficas, alusiones, anécdotas, etcétera. Cito este caso de devoción autoral, sólo parangonable a la que desarrolla don Pedro Ortiz Armengol con Galdós, porque me reprochaba últimamente un lector mi insistencia en hablar de Don Quijote a la que cambia. Aprovecho este espacio para responderle que ya puede ir acostumbrándose, porque esto no ha hecho más que empezar. Entiéndanme, no voy a ocuparme de cada uno de los cientos de actos programados para celebrar el libro menos leído de España y tal vez del mundo; es evidente que un clásico es un autor al que no es necesario haber leído para conocer a sus personajes, paradoja formulada también por Jules Renard, quien decía en su diario que Aquiles y Don Quijote son, a Dios gracias, lo bastante conocidos como para que no tengamos que leer a Homero ni a Cervantes, pero en esta sección que se pretende, en todos los sentidos de la palabra, crónica, será inevitable que se mencione el Quijote aunque sea de pasada, como es ahora el caso.
Así que, en un intento desesperado de reintroducirme en los salones, de los que he estado algo apartada a raíz del periodo vacacional y de la lectura intensiva, he puesto orden esta semana a las numerosas invitaciones que abarrotan mis buzones, y que curiosamente son más de arte que de literatura, ignoro si porque las editoriales no se han recuperado aún del trauma navideño o porque ha sonado la hora de la plástica. Entre ellas me encuentro con la presentación del libro de José Luis Pardo (La regla del juego. Sobre la dificultad de aprender filosofía) en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, a la que acudiré; no sólo para que me iluminen, sino porque interviene, entre otros, Tomás Segovia con quien me siento en deuda, entre otras cosas, por haber faltado a la presentación de su traducción de Gérard de Nerval, Obra literaria. Poesía y prosa literaria, publicada, por fin, en esa misma editorial. Si digo “por fin” es porque, con esta publicación, Segovia ha culminado un largo periplo por las editoriales españolas ofreciendo esa joya, y ha tenido que ser Galaxia Gutenberg, perteneciente a un gran grupo, quien la haya acogido en su programación.
No quiero concluir este improvisado repaso a las novedades editoriales sin mencionar otra ingente traducción (2.722 páginas; la de Nerval eran 1.184) de un libro imprescindible para sacudirse unos cuantos fantasmas de encima. Me refiero a Las Memorias de ultratumba, de Chateaubriand, en El Acantilado, editorial digna también de todo elogio. Es la primera vez que se traduce íntegramente esta obra rompedora, que ha sido el referente intelectual, y también literario, de varias generaciones de lectores y de escritores. El mérito es de José Ramón Monreal, y si ambas traducciones (ésta y la de Nerval) se presentaran el año que viene al Premio Nacional de Traducción, como así espero, se habrá puesto el listón muy alto; a no ser que se lo den a alguna traducción del Quijote al catalán o al euskera o al gallego, como seguramente ocurrirá por razones obvias, si como es previsible aparece alguna durante este año.
A mí siempre me fascinó Chateaubriand por lo que tiene de mistificador, incluso de mitómano. Está claro que para él la mentira es una verdad mejorada y no una inexactitud, como creía Pessoa. Su libro está lleno de extraordinarias aventuras dignas de ser ciertas, y también de esas asombrosas coincidencias a las que eran tan aficionados los biógrafos de la Antigüedad clásica. Exageraciones aparte, puso en escena una época (O tempora! O mores!) a la que algunos de esos detalles inverosímiles no la hacen ni menos deslumbrante, ni menos esclarecedora, ni menos terrible.
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