“Con más exactitud que definía Zola el conjunto de la sociedad humana, la definiríamos afirmando que nos parece como un inmenso estómago, cuyas vacuidades, desfallecimientos, repleciones, gastralgias, úlceras, son la oscilación misma de la energía social e individual, la clase de guerras, paces, alianzas, empresas, comercio, emigración; lo que con sonoro vocablo se llama historia, y que en plata no es sino la epopeya de Gaster, la gesta del estómago vencedor o vencido."
Emilia Pardo Bazán, prólogo a La cocina práctica de Picadillo, apodo de don Manuel María Puga y Parga, publicado en 1905.
Con estos marcados tintes naturalistas describe doña Emilia el noble impulso de “hacer por la vida”, como define su querido amigo Pérez Galdós al hecho de comer, y por tanto de cocinar o guisar, según según se quiera, y yo me decanto por lo segundo.
Manuel María Puga y Parga, Picadillo (Santiago de Compostela, 1874; La Coruña, 1918), como se le conocía en los fogones, además de su dedicación a la comida, ejerció la carrera de derecho como abogado y alcanzó importantes cargos políticos. Era un hombre simpático, con un gran sentido del humor, muy obeso (llegó a alcanzar los 220 kilos de peso) y tremendamente popular. Cuentan que cuando fue alcalde de la Coruña se instaló en la ciudad un circo en donde se exhibía un alemán que decía ser el más gordo del mundo, pero la gente salía decepcionada diciendo: "Manolo Puga es más gordo y se le puede ver por la calle".
Entre sus obras gastronómicas, fundamentales para esa ciencia, además de la ya citada, prologada por doña Emilia Pardo Bazán, están La cocina popular gallega y recetas para cuaresma, El pote aldeano, El rancho de la tropa. Vigilia reservada: minutas y recetas y 36 maneras de guisar el bacalao.
Llegados al bacalao, hay que mencionar una receta que no figura en este libro -lo que elevaría a 37 sus maneras de guisar ese noble pescado- dedicada a su amigo el escritor coruñés, Wenceslao Fernández Flórez, donde se pone de manifiesto el famoso sentido del humor de ambos:
“Se coge una hoja de bacalao muy delgada, tan delgada como Wenceslao Fernández Flórez, y se toman unos tomates muy gordos, tan gordos como yo. Se sala a Flórez y se me parte en pedazos a mí, y en una tartera, capa de pedazos de Flórez desalados y capa de yo. Fuego lento; refrito por encima de aceite; mucha cebolla y ajos cuando Flórez está cocido. Diez minutos más de fuego y un perejil final reducido a picadillo con alguna sal si la necesitase. Y así es la vida. Yo estaré dividido por el eje, pero usted, amigo mío, se queda sin sal que es bastante peor.”
Jajaja... Eso es tener buen sentido del humor.
Publicado por: José Luis Millán | 17/02/2017 en 15:21